José Camón Aznar, en su libro Ramón Gómez de la Serna en sus obras (Espasa Calpe, Madrid 1972) nos ofrece un retrato del escritor escrito desde la inmersión en sus propias maneras, por eso tan interesante lo que dice y tan inútil al tiempo, tan revelador y tan opaco. De la novela destaca la tentación del humorismo salvada en cuanto Ramón entra en el absurdo de su personaje, que vive al otro lado de las leyes del mundo, en lo inverosímil, asombrado de lo que ocurre a su alrededor. Asombrado como el lector (subraya Camón Aznar que "... el lector no entra tampoco en la zona de la meditación. Se queda en la del asombro.")
Y este asombro es el de la mirada de Ramón, llevada un poco al extremo.
El libro comienza con el texto de Cortázar "Los pescadores de esponjas" (1977), en el que repasa su posible deuda de admiración con Ramón, a propósito de un artículo de José de la Colina aparecido en la revista Vuelta en julio de ese mismo año.
Habla Cortázar...
De la obsesión visual en que se le convirtió "el episodio de los pisapapeles en la playa" (capítulo XXVI de El Incongruente).
De que "Hubiera debido leer muchas otros libros de Ramón...".
De que en realidad, tampoco era necesario leerle más, porque "... su humor y su gracia se habían instalado en mi tabla de valores, él era uno de los que me ayudaba, invisible, a encontrar y a dejar de lado."
Y, en definitiva, "Yo le debo a Ramón conocimientos y líneas de fuga."
Esas líneas de fuga son las puertas que Ramón abre en las rutinas del escribir, que son las rutinas del mirar cuando se adaptan a las rutinas del leer.
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