01 abril 2007

RAMÓN en la primavera de Madrid

UN ESPACIO DE RAMÓN
Centro de Arte Moderno
c/Gobernador 25, Madrid
26 de abril – 26 de mayo de 2007



El lector se acerca a Ramón, quizá a las greguerías, o a sus novelas, o puede que a alguno de sus libros dedicados a un sólo tema, como el Rastro, o el Circo, o Senos... y descubre varias cosas: lo especial de su lenguaje (todavía no se atreve a calificarlo de ninguna forma); el empleo de algunas fórmulas que le facilitan la expresión y que reitera sin pudor (el lector toma nota de que Ramón parece como si se colocara al margen de lo serio, más por el desprecio a ciertas reglas del buen hacer que porque se dedique al humor); el continuo rondar sobre las sensaciones (el lector empieza a sospechar a estas alturas que Ramón escribe mirándose el ombligo); la ausencia de la acción externa (porque incluso cuando parece que la hay, ésta es sólo ficticia, virtual, es la acción imaginada por el imaginador, quienquiera que sea éste); y todas estas observaciones, en definitiva, conducen al lector a ver al Ramón creador casi como encerrado en un reducido espacio, en un mundo por él conformado del que no querría salir (prácticamente, su yo y su circunstancia, parafraseando a Ortega, como muy bien podría haber pensado en su momento el filósofo –o el mismo Ramón-).

Las sospechas del lector iluminan una intuición: que Ramón escribió siempre sobre sí mismo. Pero enseguida duda el intuitivo, porque en la escritura de Ramón no ve autobiografía, no ve la historia vivida traspuesta en la historia imaginada, aunque sí sepa –con saber no científico- que no puede dejar de ser así.

El lector sabe que Ramón vivió en Madrid, en diferentes domicilios, y también en otras ciudades, como París, Estoril, Nápoles y Buenos Aires. Y sabe también –porque lo ha visto en las fotos- que Ramón se cuidaba de acondicionar su despacho donde escribía de una forma muy particular: rodeándose de un montón de objetos: espejos de formas variadas y caprichosas en la paredes, bolas de espejitos colgadas en el techo como si fueran planetas o lunas, máscaras, cuadros, tarros, jaulas, pipas, sillones, papel, placas de calle... hasta un farol en alguna de ellas.

¿Tendría algo que ver, estaría relacionado este abigarramiento del espacio de trabajo con la escritura de Ramón?
El lector cree haber descubierto una de las claves principales del secreto del ramonismo: que su creador se alimentaba de los objetos menudos, a los que vaciaría de su ser en una especie de acto vampirizador con el que suplantaría su esencia y se apropiaría desde dentro de su aspecto y forma de ser.

Otro día, sin embargo, el lector piensa que todo debió ser más normal, que seguramente a Ramón le gustaba rodearse de los objetos que más le gustaban, o quizá de aquellos objetos que a él más le inspiraran, como cuando el turista hace acopio de objetos-recuerdos del viaje realizado.
La capacidad de evocación de los objetos... por ahí debe estar la clave.
Un poco como si éstos constituyesen una especie de radiografía objetiva de lo vivido por nuestro escritor (a estas alturas el lector siente ya que nuestro escritor es un poco suyo también).

Pero ahora duda, y duda porque no le parece que la razón de ser de que los objetos le rodeen sea lo vivido por Ramón, no; el lector imagina que quizá sea lo vivido por los propios objetos, es decir, que Ramón efectivamente vampirizaría el ser de cada uno de ellos y utilizaría sus experiencias como material literario.

El lector no se atreve casi a formular su descubrimiento, por dos razones: una, porque no es original, ya antes otros críticos han visto esta misma relación de Ramón con los objetos que él acaba de vislumbrar, y dos, porque en el fondo piensa que se queda corta, que no acaba de explicar bien la clave de la escritura de Ramón.

El lector vuelve a repasar lo que sabe del escritor: que se hizo su primer despacho a la medida en su habitación propia del domicilio familiar de la calle de la Puebla, de Madrid, a finales de la primera década del siglo; que lo trasladó luego al hotelito de María de Molina a principio de los años veinte y que en esa misma década creó su espacio más personal en el Torreón de Velázquez con los restos recuperados de éste y con las nuevas aportaciones conseguidas en esos años de gran producción literaria y reconocimiento intelectual.

Ya con Luisa Sofovich se traslada a su primer domicilio propio burgués en la calle Villanueva, y en su nuevo despacho Ramón no sólo se rodea de sus objetos predilectos, sino que por primera vez cubre las paredes de fotos, en un febril proceso de acumulación, que tanto sirve de barrera que le protege del exterior, como de entorno algo parecido al paraíso perdido del claustro materno, una especie de caldo de cultivo que le sirve de autoafirmación, de maduración de sus anhelos, de filtro a través del cual le entra la realidad y, sobre todo, de filtro a través del cual va a salir su literatura, porque ésta será un continuo fluir de su alma, de su vida y de sus sentimientos, camuflado todo ello con la apariencia risueña del objeto próximo.

Los objetos, y las fotos, serían las membranas que le independizan del mundo.
Las muletas con las que caminar por él. Los ojos a través de los cuales puede mirar fuera. Los túneles por los que le llega el aire nuevo.
Pero siempre es Ramón quien recorre el camino, gustoso él de la imagen del irse vaciando de la sangre roja de su tinta, ayudado por las sanguijuelas de los objetos que le rodean (de esta forma, piensa ahora el lector, no es Ramón quien vampiriza a los objetos, sino los objetos quienes le vampirizarían a él).

En este espacio de Ramón, que ahora puede verse en Madrid durante un mes, la idea es recrear algo de lo que imaginamos que pudo haber sido, y para ello no nos pararemos en las incoherencias y falsas afinidades: éste semisótano no es el de Pombo, sino el piso tercero de Villanueva, o el piso quinto de Hipólito Irigoyen en Buenos Aires; no es su casa, ninguna de ellas, sino el hueco cálido y húmedo disponible en este barco que está anclado a la vez en Buenos Aires y Madrid que es el Centro de Arte Moderno; este sitio acoge a la maniquí que ya no es de cera pero que seguro que es un familiar lejano de la que sí lo era, representante de aquella que vivió un tiempo de Ramón que ya estaba pasando con la llegada de los nuevos ojos vivos y cercanos de Luisa; y la voz que se oye no sale al espacio montada en las ondas de la radio, no, sino que vuelve una y otra vez sobre el visitante, envolviéndole como envuelve el cacareo de las gallinas del corral de Ramón a quien busca la siesta de agosto.

El asiento junto a la maniquí nos permitirá sentirnos gorditos y con flequillo por un instante, justo el tiempo de la foto que nos fijará junto a ella en el libro recuerdo que, quien sabe, muchos años más tarde, en otra exposición furtiva, alguien colocará discretamente a la entrada, o a la salida, para que los visitantes se busquen entre los que les precedieron.

En vez de San Ramón Nonato, Ramón podría ser muy bien Ramón Nomuerto.


LA EXPOSICIÓN ESTARÁ ABIERTA DEL 26 DE ABRIL AL 26 DE MAYO; ESTÁ ORGANIZADA POR EL CENTRO DE ARTE MODERNO Y EL BoletínRAMÓN.
LOS DÍAS 22, 23, 24 y 25 DE MAYO SE CELEBRARÁ UN PEQUEÑO CONGRESO SOBRE RAMÓN, CON CONFERENCIAS A PARTIR DE LAS 19,00 H.

1 comentario:

Juan M. Pereira dijo...

¡Hola!, me ha gustado tanto esto del blog, y tanto, tanto, el de David Vela, y los dibujos, y la belleza del maniquí... (perdón por el insulto...), la belleza de la mujer con la que me haré sin dudarlo una foto que he creado mi propio blog: El baúl de Pereira, donde pienso meter un montón de palabras, a ver si germinan y brota un castaño.

Un saludo afectuoso,
Pereira